Almorzar Sólo
Homesick, lo llaman los gringos. Es "extrañar tu hogar". Es algo que los niños conocen bien. Lo sienten cuando se los envía al colegio por primera vez, aunque eso sea por pocas horas, y lo siguen viviendo durante años. A todos nos da. A unos más que otros. A mí, me da siempre.
Hubo una época en la que viajé mucho por trabajo. Dos semanas lejos.. cuatro semanas lejos... Casi la mitad de un año lejos algunos años. Al final hubo un proyecto que me llevó a estar por más de tres meses de cuatro fuera de casa.
En esos periplos tuve que aprender a juro algunos trucos para no morirme de eso del "homesick".
Vi que los compañeros de trabajo locales solían saltarse el almuerzo, bien al no comer, comiendo un sandwich al lado de la compu, o almorzando comida basura en compañía de colegas cuya conversación consistía fundamentalmente sobre temas de trabajo. Claro, a ellos les esperaba una cena en familia al llegar a casa. A mi, no.
El truco fundamental es encontrar un lugar agradable en donde uno conozca a todos, y todos lo conozcan a uno. Por supuesto, ése lugar no existe, y por eso hay que crearlo.
El proceso comienza por variar el lugar para el almuerzo y la cena todos los días, hasta encontrar uno en el cual:
- La comida sea rica y variada como para regresar todos los días. Nada "gourmet", sólo rica.
- La atención sea amable. Lo de "amable" depende de cada quién, pero pasa por la cortesía, el servicio oportuno, y cero presiones (por lo menos para mi).
- El precio sea razonable. No es sano comer una sola vez al día, así que es mejor que el costo de una comida sea menor al de los viáticos.
- Que no esté atiborrado de gente. Que no haya que esperar, o ser mal atendido por el gentío.
Encontrado el lugar apropiado, hay que hacer todas las comidas posibles en el mismo sitio, incluso las de trabajo. Hay que aprenderse el nombre de las personas, y asegurarse de que se aprendan el de uno. Hay que preguntar por el plato del día, pedirlo, y felicitar al chef. Hay que ir a deshoras para tener oportunidad de robarle conversaciones a los del sitio, que no van a ser sobre trabajo, y pueden ser interesantísimas.
El truco final es tener algo bueno (o importante) que leer cuando se come sólo. Cuando se come bien, bien sentado y bien atendido, se come con pausa, y se lee agradablemente durante las pausas... o se piensa, que también es bueno. Pero lo que más importa es que, por un rato del día, uno no se siente tan lejos de casa.
Busco ese tipo de lugares incluso en mi natal Caracas, y voy cada vez que puedo. No los revelo todos por mi desagrado a los gentíos, las colas, y las esperas (aunque les consigo nuevos clientes recurrentes, hasta que tengo que mudarme a otro lado), pero puedo mencionar uno:
En el único centro comercial en Cumbres de Curumo, en el último pasillo entre las dos calles, antes del taller mecánico, hay un tarantín sin nombre, que sirve unos hervidos espectaculares al mediodía. En la mañana hay empanadas, pero hay que ir temprano porque se acaban rápido. Pero lo mejor de todo es Luis, el dueño, mesonero, y anfitrión, con una conversa infinita sobre cualquier tema, y con un sentido del humor impecable, que hace que los demás comensales, novatos o frecuentes, se incorporen a la rica plática.
Sobre los demás sitios... Mmm. Cambio quid pro quo, tet-a-tet, uno por uno, dando y dando.